martes, mayo 25, 2010

Las reglas del Ring

Habitación de padres. Cama matrimonial. Estantes, libreros, piso de madera. Unas ventanas grandes dejan entrar difuminada la luz del día. Marcos y Matías, dos niños de 7 años vestidos en jogging gris con pitucones más oscuros en las rodillas, entran a todo galope a la habitación encendiendo el interruptor de luz en la pared a su paso. Saltan sobre el acolchado de una cama matrimonial prolijamente decorada con almohadones de distinto tamaño. Marcos mete mano en los almohadones, Matías se saca el buzo con dificultad. Marcos toma un almohadón blanco con pompones en sus ángulos, se lo alcanza a Matías. Se arremanga el buzo, toma otro idéntico agarrándolo desde un pompón y lo esgrime como espada.

MARCOS: El que se cae pierde.
MATÍAS: (Esgrimiendo su almohadón) ¡Sí!

Marcos le da un almohadonazo, Matías cae de la cama. Se oye el desparrame de su cuerpo en el suelo de madera ahuecado.

MARCOS: Uy ¿Estás bien? (Pausa) No le digas a tu mamá.

miércoles, mayo 05, 2010

El Huésped


Dolor es un tipo de espina, una punzada, una picadura y un tajo que abre con injusta sencillez la puerta, entra y provoca la inmediata pregunta del dolido.

Ante tal pregunta el buésped se prepara un mate y se sienta en el piso, en una silla, en un parlante de buen tamaño, en un taburete, en un almohadoncito o un cajón de madera. Se cruza de piernas y en el medio de un living desprovisto de cuadros pega un fuerte y reverberante sorbo ante la orgullosa mirada del anfirión.

Silencio.
Se oyen las gotitas surblupteantes del último sorbo de mate. Ceba otro y ofrece.
El dolido, de entre casa, tantea un pantalón entre el desorden de su habitación y se lo va poniendo de a poquito mientras el doloratario vuelve a dar sorbo al mate, lo termina, ceba otro y vuelve a ofrecer. El dolido, semidesnudo, duda en aceptarlo y en cuero busca una remera. El huésped toma otro sorbo, vuelve a llenar el mate y vuelve a ofrecer.

En algún momento el anfitrión se termina de vestir, chequea si se puso la remera al revés y acepta el mate. El huésped se descruza de piernas y comienza un relato… Doloroso, claro está: las palabras toman carrera y una vez aceleradas avanzan con parsimonia, orden y claridad. Los hechos y eventos se desenvuelven como en proyección cinematográfica. Los ojos del huésped miran su propia historia, el relato fluye sin otra cosa que hacer rodeando los obstáculos y dándose forma a sí mismo, como si fuera un río que se arrima al mar.

Y llega. Y desemboca. De agua dulce pasa a salada. Se busca papel higiénico, carilina o la manga de una remera y el relato sigue un poquito más anunciando el final, esperando los créditos. Suena un surbutito de moco que se corta en seco en una inspiración corta y un refriegue de nariz.

El relato, llegado al mar se sienta en la playa y mira. Entre el viento y el crujir de las olas pareciera que no hubiera otro sonido. El relato cesa, el ceso también.

Se hace tarde y al ratito empieza a tiritar. El que fue anfitrión se da cuenta del frío… Se levanta, se sacude un poco la arena y destemplado camina hacia su casa. Llega, se limpia los pies, cierra inmediatamente la puerta y goza de los primeros segundos en donde el cuerpo gana un poco de calor. Lo siguiente es ir al baño y cerrar la ventana que quedó abierta congelando el higiénico recinto. Otros segunditos de calor que vuelven al cuerpo. Da vuelta la llave caliente y caen las primeras gotas que poco a poco se van poniendo tibias, luego calientes y cuando están a punto de quemar regula con urgencia, con la otra llave: la del agua fría.

Se bañá. Usa champú, jabón y repite la lavada de cabeza un par de veces. Su cuerpo se acostumbra al calorcito de la ducha, se vuelve dócil y el pelo también. Cierra un poco más la llave de agua fría y remolonea un ratito más. Cuando lo considera: termina, cierra las llaves. Primero la caliente, luego la fría.
El vapor mantiene el calor en el baño por un ratito, pero hay que apurarse:

El recién bañado se seca el cuerpo con cuidado de no pisar el suelo frío y evitando que se moje del todo la toalla. Lo ideal es dentro de la ducha. Pero a veces uno se olvida. El recién bañado y ahora seco deja caer la toalla al suelo usándola de alfombra, secando salpicaduras y vistiéndose sobre ella. Se apura lo más posible para que el frío no lo sorprenda más que en el pelo mojado. Deja colgando la toalla en el tubo-encortinado de la ducha lo más extendida posible para que se seque bien.

Las medias siempre van a lo último y tienen que ser gruesas y sin agujeros.
Busca los fósforos, gira una perilla y enciende la hornalla. Llena la pava, la pone al fuego y espera a que hierva pensando en qué va a pensar…
Se prepara un tecito de menta o manzanilla.

Ahora sí: se sienta y recuerda la historia que le contaron.
A la distancia las olas se escuchan muy bajito… arrullan: y con el tecito en la mano se vuelve a sentir el calor, el cálido...
El huésped se fue.