miércoles, mayo 05, 2010

El Huésped


Dolor es un tipo de espina, una punzada, una picadura y un tajo que abre con injusta sencillez la puerta, entra y provoca la inmediata pregunta del dolido.

Ante tal pregunta el buésped se prepara un mate y se sienta en el piso, en una silla, en un parlante de buen tamaño, en un taburete, en un almohadoncito o un cajón de madera. Se cruza de piernas y en el medio de un living desprovisto de cuadros pega un fuerte y reverberante sorbo ante la orgullosa mirada del anfirión.

Silencio.
Se oyen las gotitas surblupteantes del último sorbo de mate. Ceba otro y ofrece.
El dolido, de entre casa, tantea un pantalón entre el desorden de su habitación y se lo va poniendo de a poquito mientras el doloratario vuelve a dar sorbo al mate, lo termina, ceba otro y vuelve a ofrecer. El dolido, semidesnudo, duda en aceptarlo y en cuero busca una remera. El huésped toma otro sorbo, vuelve a llenar el mate y vuelve a ofrecer.

En algún momento el anfitrión se termina de vestir, chequea si se puso la remera al revés y acepta el mate. El huésped se descruza de piernas y comienza un relato… Doloroso, claro está: las palabras toman carrera y una vez aceleradas avanzan con parsimonia, orden y claridad. Los hechos y eventos se desenvuelven como en proyección cinematográfica. Los ojos del huésped miran su propia historia, el relato fluye sin otra cosa que hacer rodeando los obstáculos y dándose forma a sí mismo, como si fuera un río que se arrima al mar.

Y llega. Y desemboca. De agua dulce pasa a salada. Se busca papel higiénico, carilina o la manga de una remera y el relato sigue un poquito más anunciando el final, esperando los créditos. Suena un surbutito de moco que se corta en seco en una inspiración corta y un refriegue de nariz.

El relato, llegado al mar se sienta en la playa y mira. Entre el viento y el crujir de las olas pareciera que no hubiera otro sonido. El relato cesa, el ceso también.

Se hace tarde y al ratito empieza a tiritar. El que fue anfitrión se da cuenta del frío… Se levanta, se sacude un poco la arena y destemplado camina hacia su casa. Llega, se limpia los pies, cierra inmediatamente la puerta y goza de los primeros segundos en donde el cuerpo gana un poco de calor. Lo siguiente es ir al baño y cerrar la ventana que quedó abierta congelando el higiénico recinto. Otros segunditos de calor que vuelven al cuerpo. Da vuelta la llave caliente y caen las primeras gotas que poco a poco se van poniendo tibias, luego calientes y cuando están a punto de quemar regula con urgencia, con la otra llave: la del agua fría.

Se bañá. Usa champú, jabón y repite la lavada de cabeza un par de veces. Su cuerpo se acostumbra al calorcito de la ducha, se vuelve dócil y el pelo también. Cierra un poco más la llave de agua fría y remolonea un ratito más. Cuando lo considera: termina, cierra las llaves. Primero la caliente, luego la fría.
El vapor mantiene el calor en el baño por un ratito, pero hay que apurarse:

El recién bañado se seca el cuerpo con cuidado de no pisar el suelo frío y evitando que se moje del todo la toalla. Lo ideal es dentro de la ducha. Pero a veces uno se olvida. El recién bañado y ahora seco deja caer la toalla al suelo usándola de alfombra, secando salpicaduras y vistiéndose sobre ella. Se apura lo más posible para que el frío no lo sorprenda más que en el pelo mojado. Deja colgando la toalla en el tubo-encortinado de la ducha lo más extendida posible para que se seque bien.

Las medias siempre van a lo último y tienen que ser gruesas y sin agujeros.
Busca los fósforos, gira una perilla y enciende la hornalla. Llena la pava, la pone al fuego y espera a que hierva pensando en qué va a pensar…
Se prepara un tecito de menta o manzanilla.

Ahora sí: se sienta y recuerda la historia que le contaron.
A la distancia las olas se escuchan muy bajito… arrullan: y con el tecito en la mano se vuelve a sentir el calor, el cálido...
El huésped se fue.

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